El momento de tomar una decisión se divide en dos partes; la primera es la elección, pero la segunda, más desapercibida, es la de las consecuencias que esperas que va a tener esa elección, cuyo desarrollo no podemos controlar por completo, aunque sí intuyamos cuáles van a ser y qué efectos van a provocar. Un ejemplo: si decides lanzar una gota de tinta en una botella de agua tu elección ha sido enturbiarla; la consecuencia que esperas, aunque no sepas con qué exactitud, será la pérdida de transparencia.

Llevémoslo a lo que ha pasado en nuestro pueblo estas semanas. Si decides usar animales para divertirte, tu elección ha sido recuperar un tipo de ocio claramente en retroceso en todo nuestro país, por lo que esperas que una de sus consecuencias sea encender el debate entre los que defienden este tipo de espectáculos y los que lo consideran propios de otros tiempos.

Pero no es propósito de estas líneas alimentar más ese debate, sino mostrar la enseñanza que nos dejan esas decisiones, que no es otra que la de atestiguar la capacidad que tiene el poder político de marcar los debates que mantenemos en nuestro día a día, sea en el trabajo, comprando el pan, charlando con familiares y amigos o en cualquier red social. Con ese poder, las decisiones políticas logran entrometerse en conversaciones, pensamientos y opiniones, algo así como el periodismo a la hora de impactarnos con alguna noticia o las empresas de publicidad a la hora de señalarnos qué producto necesitamos para estar a la última moda.

En otras palabras, debates como los vividos estas semanas nos recuerdan que son los políticos quienes deciden nuestras necesidades y, desgraciadamente, no al revés. Es decir, como ciudadanos y ciudadanas, no somos capaces de poner sobre la mesa del debate público los problemas que nos asolan, contentándonos con participar pasivamente en los temas que nos impongan, sin control en su aparición o desaparición de nuestras conversaciones y, sobre todo, sin control alguna en su solución. Se llama aborregamiento.

La derecha maneja bien este juego; sus propuestas no abordan la falta de vivienda y su insoportable encarecimiento, sino la okupación; sus propuestas no abordan los problemas en sanidad o educación, sino la demonización del inmigrante o del catalán. Si un problema no se menciona, no existe, y si encima podemos esconderlo tras cortinas de humo que dividen a la gente, mejor. Como decíamos, una decisión se divide en lo que eliges y sus consecuencias, y con esta forma de actuar solo se consigue trastabillar el debate público y convencer a la gente de que la política no sirve para nada, sustituyendo las propuestas por insultos, por la rabia contra los más débiles o por debates que no mejoran nuestras vidas en absolutamente nada.

Volviendo a nuestro pueblo, no recuerdo en los últimos años un debate con un alcance tan amplio como el del Grand Prix. En un pueblo próspero y sin problemas, con un futuro asegurado y con todo el mundo nadando en la abundancia sería entendible, pero todos sabemos que ese no es el caso de El Cuervo. No podemos permitirnos debatir exclusivamente de fiestas, aunque sea el objetivo de algunos para así esconder en un cajón otros asuntos mucho más importantes.

Como decía, ese tipo de proceder le encanta a la derecha, pero jamás debe aceptarse en un partido autodenominado de izquierdas. Los partidos locales hoy en la oposición, tanto ahora como en sus respectivas legislaturas, se mostraron y se muestran incapaces de imponer en la calle los debates verdaderamente importantes. Sus últimos años han sido en muchos sentidos una oportunidad perdida, pero afortunadamente, cada derrota es una nueva oportunidad.

Sus poquísimas apariciones frente al pueblo se centran en pequeños problemas que, sin negarles su importancia, no ganan elecciones. Es un deber abandonar las fotos de basura, desperfectos, aceras desconchadas o los conflictos politiqueros, y es un deber plantear cuestiones que nos afectan a todos, sin complejos y poniéndolos en boca de todos. Recordemos: lo que no se menciona no existe. Dar visibilidad a los problemas es darles existencia, es reconocerlos y es el primer paso para luchar por solucionarlos.

Sustituyan esa política sin política por el ejemplo de casos reales: pongan un altavoz a los jóvenes que con un trabajo estable no pueden independizarse ni soñar con comprar una casa; hagan lo mismo con quienes encuentran mil trabas a la hora de desplazarse a trabajar, estudiar o acudir a citas médicas en localidades vecinas; también con las familias y el impacto de la inflación en sus economías; atrévanse a denunciar los abusos laborales que cometen algunos empresarios locales; entiendan los problemas específicos que encuentran los autónomos en sus negocios; reivindiquen la cultura junto al pasado obrero y reivindicativo que tiene nuestro pueblo.

Llenen sus redes sociales, sus intervenciones y sus apariciones de problemas reales; destapen el velo que los mantiene ocultos y mantienen dormida la esperanza de la gente; y convénzanles de que un futuro mejor es posible y que debe ser construido entre todos. No sé si haciendo eso volverán a gobernar unas siglas de izquierdas en nuestro ayuntamiento, pero al menos estoy seguro de que aunque se pierda se hará con dignidad y sin mancillar la historia de lucha que nos precede.

Crear debates y fomentar ideas que giren en torno a lo que de verdad importa es también una elección, y sus consecuencias, de conseguirse, pueden empezar a mejorar nuestras vidas. Que la valentía de hacer política en un pueblo se convierta en valentía para mejorarlo; que el próximo debate que encienda las mentes de este pueblo provenga de la izquierda y reclame derechos y conquistas. Lo merecemos.

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