En el corazón de la campiña sevillana, entre memoria viva y cante jondo, nació un festival flamenco humilde pero profundo y auténtico: La Choza de Juaniquín. Impulsado en 2013 por el Ateneo Cultural Andaluz Arbonaida, este ciclo cultural fue concebido para rendir homenaje a Juan “Juaniquín” Moreno Jiménez, legendario cantaor gitano cuya huella atraviesa los ecos de Lebrija, Jerez y Utrera, aunque no existan grabaciones que conserven su voz.
Durante siete ediciones celebradas entre 2013 y 2019 (más una in extremis en 2020 con el azote del Covid-19 aún acechante), La Choza se convirtió en un espacio de encuentro para aficionados, estudiosos y artistas del flamenco, con un enfoque no solo festivo, sino profundamente pedagógico y de recuperación histórica. El ciclo acogió recitales, concursos, exposiciones y coloquios, siempre con una vocación abierta, popular y comprometida con el territorio.
En 2020, la pandemia obligó a adaptar el formato, y en 2021, dificultades administrativas –como la pérdida de la sede del Ateneo en la Casa de Postas– pusieron en pausa esta iniciativa. Hoy, hablamos con Gonzalo Amarillo, socio fundador del Ateneo Arbonaida, para conocer la historia, los desafíos y el futuro posible de este ciclo que forma parte ya del patrimonio cultural de El Cuervo de Sevilla.

1. Gonzalo, ¿cómo surge el festival “La Choza de Juaniquín”? ¿Qué os motivó a impulsarlo desde el Ateneo?
La Choza surge de forma casi natural. Se trata prácticamente del evento fundacional del Ateneo y una firme declaración de intenciones de lo que el Ateneo quería reivindicar. En una sola propuesta convergen los elementos esenciales que definen al Ateneo como colectivo: Andalucía, la cultura popular, el Flamenco como forma de expresión inequívoca del pueblo andaluz, la memoria histórica y la propia identidad colectiva de El Cuervo. Todo ello en torno a un personaje y un legado tan clave como tristemente olvidado hasta entonces: Juan José Moreno Jiménez, Juaniquín. Y a la necesidad de convocarlos a ambos como parte de nuestro patrimonio intangible.
2. ¿Quién fue realmente Juaniquín? ¿Qué vínculo tiene con El Cuervo y con el cante gitano andaluz?
Juaniquín fue un gitano nacido en Jerez de la Frontera que, en los albores del siglo XX y como tantos otros jornaleros que perseguían su sustento por los latifundios de la zona, se afinca en una humilde choza en el margen de la carretera N-IV. Siguiendo la senda de su estirpe, desde pequeño mama el cante gitano en el calor del hogar y en el ambiente de las gañanías de los cortijos. Sobre esa base y gracias a su genio singular, aquel gitano no sólo reprodujo el cante de sus ancestros, sino que fue un creador. La historia le atribuye hasta cuatro estilos propios de soleá en una época donde el Flamenco se empieza a consolidar como, digámoslo de un modo entendible, género musical (aunque el cante gitano constituye otra realidad cultural perfectamente identificable y Juaniquín, que cantaba por una necesidad de contar, decía el cante acompañado solamente por el compás de sus nudillos). En este espacio escénico, entre Lebrija y Jerez de la Frontera, la forma de decir el cante de Juaniquín no tardó en captar la atención de aficionados, estudiosos y profesionales del cante que, de forma espontánea, acudían a aquella humilde choza para beber de su manantial, convirtiéndola en lugar de peregrinación y ubicando al incipiente municipio de El Cuervo en el mapa de lo Flamenco. Está documentada la visita a la choza de personajes tan ilustres como, por ejemplo, Don Antonio Mairena que recogió y fue transmisor de los cantes de Juaniquín y que dejó escritas estas palabras sobre él: “Juaniquí fue uno de los grandes soleares del siglo,…, su choza era lugar de peregrinación para los buenos aficionados de la comarca. Aquel gitano complaciente, ingenuo y gracioso, no negó nunca a nadie el placer de oírle. Su influjo ha sido enorme y no sólo en Utrera, sino también en Alcalá, Carmona, Mairena, Coria, Jerez y Lebrija”.
Lamentable Juaniquín nunca grabó (la tradición popular y familiar refieren que se negó para que su cante muriera con él) y por lo tanto no tenemos registros sonoros de su cante, con el que sólo se han atrevido artistas ilustres y portentosos: el propio Mairena, Curro Malena, Tia Anica La Piriñaca, Fernanda de Utrera, Joselero de Morón, Tío Gregorio El Borrico o más recientemente la grandísima Inés Bacán, entre otros genios.
No quiero olvidarme de la aportación impagable los buenos aficionados que nos han legado su memoria oral como Benito Dorantes “El Macho”, (que apenas siendo un niño perseguía a Juaniquín cada vez que visitaba Lebrija y nos dejó su testimonio en La Choza en el año 2016 meses antes de morir), las lecciones magistrales que nos regaló el maestro Alfredo Benítez -tristemente desaparecido – de la mano de Los Caminos del Cante de José María Castaño, o Daniel de la Fragua y Manuel Mellado, custodios de la memoria familiar. Tampoco de la inmensa aportación de María Jesús Caballero Moreno, bisnieta de Juaniquín y que, enarbolando la memoria de la familia, se entregó en cuerpo y alma al festival. Y qué decir de Ramón Vargas, orgulloso portavoz de la gitanería lebrijana que tiene a Juaniquín y a su hijo en los altares de la memoria. A ellos y ellas debemos, a fin de cuentas, gran parte de lo que hoy sabemos de la persona y del cantaor.

3. ¿Cómo se organizaba el festival? ¿Qué implicaba para el Ateneo asumir un proyecto como este y con qué apoyos o colaboraciones contasteis durante los años de celebración?
Aunque el festival ha pasado por distintas etapas durante sus ocho años de historia, siempre se asentó sobre la misma base: el esfuerzo colectivo. Recuerdo con cariño los primeros años en los que éramos los propios organizadores quienes, a título particular y de nuestros propios bolsillos, cubríamos lo que la aportación de los patrocinadores privados no alcanzaba a sufragar, ya que no contábamos con ningún tipo financiación pública. En este punto quiero destacar y agradecer el compromiso de numerosos artistas, conferenciantes, escritores… que formaron parte de los distintos programas y siempre se amoldaron a las carencias económicas de un evento en evolución constante (más humana y artística que económica). Luego vivimos una época digamos de esplendor, en la que contamos con ayuda municipal y en la que el festival se expandió en cantidad, calidad y diversidad (sin perder nunca su espíritu reivindicativo y pedagógico). Esto fue posible gracias al esfuerzo y el compromiso de mucha gente que lograba multiplicar por 10 cada euro de dinero público que se invertía en La Choza (que no fue mucho, porque con 7.000€ no se cubren dos semanas de actividades y eso lo sabe cualquiera que tenga una mínima experiencia en organizar eventos de esta naturaleza). Pero es verdad que al menos sentimos ese respaldo. En 2019 el festival alcanzó su edición más exitosa y con mayor proyección fuera de nuestro pueblo. Luego vinieron las pandemias: primero la del Covid-19 y justo después la de la intolerancia política que acabó llevándose por delante el festival, la ilusión y casi hasta la propia existencia del Ateneo.

4. ¿Qué elementos destacarías de las ediciones pasadas? ¿Hay algún momento, artista o actividad que recuerdes especialmente?
Todas las personas que han pasado por La Choza de Juaniquín, en cualquiera de las disciplinas que abarcaba, son para mí igualmente importantes y relevantes. Todas esas personas han dejado en el festival parte de su arte, su conocimiento y su amor por el Flamenco, así que no puedo destacar a uno sobre otro. Evidentemente hay quienes han dejado más huella que otros, quienes fueron capaces de convocar más interés en el público y en los medios de comunicación. Y quienes brillaron durante su paso de manera más especial. Pero todos y cada uno de ellos y ellas merecen toda nuestra admiración y respeto porque forman parte de la historia de algo muy especial. Y porque todos y todas se llevaron consigo un trocito de La Choza de Juaniquín. Así nos lo han hecho saber en muchísimas ocasiones. En cuanto a momentos… miles. Tantos que desbordan la capacidad de mi propia memoria. Ésa era sin duda nuestra recompensa.
5. En 2020 pudisteis celebrarlo pese a la pandemia, pero en 2021 se interrumpió. ¿Qué pasó realmente?
La edición del año 2020, la última que se organizó, se llevó a cabo de forma prácticamente imprevista, en pleno mes de diciembre y en circunstancias muy adversas. Se hizo en formato reducido de dos jornadas y fue más un acto de resistencia que otra cosa porque no hubo tiempo para planificar ni organizar un festival a la medida y altura de ediciones anteriores. Y luego llegó el tristemente recordado año 2021, cuando con un golpe de autoritarismo y otro de venganza, el por aquel entonces gobierno municipal decidió expulsarnos de nuestra sede en el Centro Cultural Casa de Postas sólo por ejercer el derecho ciudadano a la crítica y el deber ético que asumimos como colectivo desde su nacimiento: denunciar aquello que considerábamos injusto. Con esta expulsión cobarde y nuestra salida forzada de lo que habíamos convertido en punto de encuentro de múltiples propuestas culturales y hervidero de participación ciudadana, también se desterraba la memoria de José Moreno Vargas “El Mojiconero”, el hijo de Juaniquín. Aquella situación, que puso al borde del precipicio la propia continuidad de la asociación (sabían cómo infligirnos el mayor daño posible y desde esa premisa lo ejecutaron), se consumó a las puertas del verano y era inviable (física y emocionalmente) asumir el desalojo y a su vez atender la alta exigencia que conlleva un evento como La Choza de Juaniquín.
En los años sucesivos el Ateneo consiguió seguir caminando y siempre estuvo ahí la nostalgia y el deseo de volver a poner La Choza en pie, pero las circunstancias no acompañaban, las relaciones institucionales estaban muy deterioradas, económicamente carecíamos de recursos y el desgaste humano después de todo lo sucedido fue devastador. El Ayuntamiento decidió organizar su propio evento flamenco, el Festival Casa de Postas y de manera unilateral y lo presentó como “sustituto” de La Choza de Juaniquín. Las puertas se cerraron de forma definitiva.
Quiero dejar claro que no pronuncio estas palabras desde el rencor sino desde la memoria viva y desde el dolor que provoca el convencimiento de que la ausencia de La Choza de Juaniquín ha supuesto una gran pérdida no ya para el Ateneo, sino para El Cuervo y para los buenos aficionados/as que cada año volvían a visitarla. Porque quien visitaba La Choza, regresaba. Por algo será.

6. ¿Crees que se ha valorado suficientemente el trabajo del Ateneo Arbonaida en este ciclo cultural?
Sí y no. Me explico:
La Choza de Juaniquín se ganó por méritos propios un hueco en el panorama Flamenco de Andalucía. El Cuervo ya no era para los buenos aficionados un simple lugar de paso ubicado entre Lebrija y Jerez de la Frontera, sino que consiguió clavar la cruz del mapa Flamenco en la puerta de la Casa de Postas. Hasta aquí han llegado artistas, estudiosos y aficionados procedentes de toda la Andalucía (y también de fuera) que encontraron en un patio centenario y en una organización hospitalaria un lugar distinto, un festival diferente, acogedor, cercano, familiar donde todos eran protagonistas, ya fuera desde el escenario o a sus pies. Montábamos La Choza con muy pocos recursos, pero intentamos siempre impregnarla de verdad y de que fuera una casa sin puertas. Seguramente hubo muchas cosas que pudimos haber hecho mejor, pero en esencia creo que quien venía a conocer el festival rápidamente captaba que era genuino, que era especial. Así nos lo siguen reconociendo por donde quiera que vamos. Así que… fuera de El Cuervo sí que nos hemos sentido muy reconocidos.
Sí pero… no. Dentro de El Cuervo el panorama era bien distinto. No voy a hablar ya a nivel de aceptación y apoyo por parte de la población que tantas veces echamos en falta, a pesar de que cada año conseguíamos ir superando poco a poco esa barrera. Es un tema que hay que abordar con la profundidad que aquí no tiene cabida. Pero creo que a nivel social y sobre todo institucional no se supo entender, o quizás no se quiso, la importancia y la trascendencia de lo que se estaba construyendo, ni el potencial enorme como reclamo de nuestro pueblo a todos los niveles. Lo cierto es que aquella tarea titánica fue muy reconfortante, porque poníamos el corazón en lo que creíamos, pero también tuvo un elevado componente de frustración al tener que luchar con demasiada frecuencia con la indolencia, la desidia y la estrechez de miras por parte de quienes, teniendo el deber de impulsar el festival, optó en cambio por poner palos en las ruedas de forma mezquina.

7. ¿Qué importancia crees que tiene La Choza para la memoria y la identidad cultural de El Cuervo de Sevilla?
La Choza de Juaniquín era un evento cultural transversal. Lo que Marcel Mauss, antropólogo francés, denominase hecho social total porque abarcaba lo cultural, lo histórico, lo identitario, lo musical, lo emocional, lo festivo, lo económico…
Creo que tenemos que superar ya el mantra de que “somos un pueblo joven y sin historia”, el asidero habitual para mentes conformes. El Cuervo, como pueblo y por la especial configuración de su población, quizás no haya conseguido una identidad propia definida, pero no nos faltan elementos con los que poder hilvanarla. Para poder hacerlo necesitamos patrimonializar nuestra cultura, sacar a la luz y poner en valor nuestro patrimonio tangible e intangible. Y una vez logrado, reclamarlo como propio.
Juaniquín, considerado como personaje clave en la etapa genésica del Flamenco tal y como lo conocemos, ha pasado a la historia como “Juaniquín de Lebrija”. Sin embargo su choza estuvo en El Cuervo. Y se trata de un personaje con un elevado potencial: un gitano humilde que, haciendo del cante el lenguaje de su alma, convierte su choza en la ribera de la carretera N-IV en lugar de peregrinación, como si se tratara de un santón que iluminaba su espacio y su tiempo. Tenemos el derecho, pero sobre todo el deber, de reclamarlo como parte de nuestro pasado más brillante, contarle a los más jóvenes quién fue y que hizo y, por supuesto, aprovechar la oportunidad y construir sobre su figura un proyecto que podría ser sumamente beneficioso para El Cuervo a todos los niveles, más allá de un festival que lleve su nombre y lo enarbole como bandera. Debemos aprender y enseñar a mirar hacia atrás para encontrar ese espacio común en el que todos los cuerveños/as podamos encontrarnos y reconocernos. A ese fin servía también La Choza de Juaniquín.
8. ¿Existe la posibilidad de retomar el festival en próximas ediciones? ¿Tenéis ya ideas o propuestas para hacerlo realidad?
Si La Choza presumía de ser una casa sin puertas, siempre quedará la posibilidad de volver a entrar en ella. Con la perspectiva que da el tiempo, hoy miro hacia atrás y la veo más necesaria que nunca, sobre todo contemplando y sufriendo esta política “cultural” basada en el ocio vacío, el populismo festivo y carente del más mínimo compromiso. La Cultura no es tal si no sirve para transmitir valores, para propiciar el cambio social, para hacernos mejores colectivamente. Así que sí, ojalá muy pronto pueda volver a hacerse realidad. Si es en 2026, mejor. Pero todo dependerá de encontrar las sinergias necesarias.
9. ¿Qué papel crees que debe jugar la administración pública en iniciativas como esta?
El papel de las instituciones es esencial para que eventos de este calibre puedan sobrevivir y desarrollarse. Se necesita financiación y apoyo sin fisuras. Se necesita cooperación recíproca, leal y honesta. Hay recursos de sobra, a nivel local y supramunicipal, para que La Choza de Juaniquín pueda regresar y convertirse en referente. Porque ideas no faltan. El problema es (y lo afirmo desde la experiencia vivida) que la gestión de esos recursos no se sustenta en la igualdad de trato y oportunidades, en los méritos acreditados ni en la calidad de los proyectos, sino en una alta dosis de compadreo, servilismo y en la exigencia, a veces implícita y otras manifiestamente abiertas, de sumisión. Un político debe tener la altura de miras suficiente para facilitar la participación colectiva en la vida social, impulsar los proyectos de la sociedad civil que contribuyan al desarrollo de su pueblo y tender la mano sin anteponer el propio peso de sus prejuicios, sus filias y sus fobias. No aprovechar la iniciativa ciudadana que dio vida a La Choza de Juaniquín es de una torpeza supina. Cuando eso suceda, y ojalá sea posible, el Ateneo estará ahí para aportar ideas, esfuerzo y compromiso. Y La Choza también.

10. Pero “La Choza de Juaniquín” y el Ateneo Arbonaida no sólo comparten objetivos culturales: están unidos por la historia misma del pueblo. No mucha gente sabe que el primer Ateneo de El Cuervo fue fundado por José Moreno Vargas, conocido como “El Mojiconero”, hijo del propio Juaniquín. De hecho, las antiguas sedes del Ateneo llevaban su nombre. ¿Qué significado tiene para vosotros esta conexión entre el legado flamenco y el compromiso cultural? ¿Qué representa hoy Juaniquín —y su familia— para la identidad de El Cuervo?.
La de José Moreno Vargas “El Mojiconero”, o Casto Moreno Vargas, su nombre real antes de la persecución a la que fue sometido por la barbarie franquista, fue una aparición casi mágica, gracias al trabajo de investigación de Antonio Amarillo. Con su figura se cerraba el círculo que unían al Ateneo y a la Choza con la figura de su padre, con la historia, la memoria y los valores que constituyeron su filosofía vital: altruismo, compromiso militante, coherencia, valentía, conocimiento y verdad. Se trata de otro gran desconocido cuya vida, aún pendiente de una investigación más exhaustiva, debe ser recuperada y contada. José fue un ser humano excepcional, distinto, una superficie de agua clara en la que mirarse para tratar de caminar por esta realidad distópica que nos está tocando vivir sin perder la esperanza. Su ejemplo nos ha guiado durante todos estos años y a su recuerdo nos aferramos cuando perdemos la energía o nos vence el agotamiento. José dedicó su vida a luchar por los derechos de los que nada tenían, llegando a recorrer los cortijos de la zona para alfabetizar a los hijos de los jornaleros en la miseria de las gañanías sin pedir nada a cambio…
No elegimos el camino fácil, como no lo hizo él. Pero sí el camino correcto.
Casto Moreno Vargas se rebeló contra lo establecido por defender un ideal. Fue represaliado, sobrevivió a un pelotón de fusilamiento, desapareció para que su padre cantase por soleá la célebre letra, llena de desgarro y verdad, “yo tengo un hijo perdío, si dios no lo remedia, voy a perder el sentío” , que era su forma de rebelarse contra la vida. La memoria oral nos cuenta que varios falangistas acudieron a la choza de Juaniquín en busca de su hijo al descubrir que había librado a la muerte y que éste los expulsó cantando. Sea o no verdad, la imagen es evocadora y demostrativa de que padre e hijo fueron hombres de su tiempo, pero inconformes con éste.
Esta historia emociona y conmueve allá donde se cuenta (recientemente mediante la obra de teatro “El Mojiconero. Drama en un acto” de Replikante Teatro e impulsada por el Ateneo). Conmover proviene del latín “commovere” y significa poner en movimiento, agitar. Y no cabe duda que la historia de ambos, Juaniquín y El Mojiconero, tiene esa capacidad. Y de que su familia, que generosamente delegó en el Ateneo su custodia, es la verdadera y legítima depositaria de su memoria, a la que tratamos de honrar.
Ojalá algún día El Cuervo, como pueblo, tenga la capacidad de abrir los ojos y abrazar orgulloso a su pasado, en el que aguardan estas dos figuras sin que su luz se apague a pesar de tanto cloroformo social.
Ojalá llegue ese día en el que se les devuelva el lugar que merecen en la historia y la identidad colectiva.

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